La luna, nuestro omnipresente


Un lugar donde no caben mil palabras, ni dos mil, ni tres mil. Un lugar así, de día cálido y de noche helado. Donde te recuestas en aquél viejo colchón, donde no sabes de quién o de cuándo o de por qué, solo duermes.
Yo no estoy aquí, no. Tú no estás aquí, no. El sol no está aquí, no. La luna está aquí, sí.
Tenemos oh la fortuna de compartir siempre la luna, a la vista de todos porque ella, ella no es envidiosa, ella brilla para los necesitados, los pobres, los huérfanos, los solitarios; ella brilla para los románticos, para los llantos, para los poetas que no creen en sus palabras rotas. La luna brilla para iluminar, para acompañar, para consolar; la luna brilla para el desahogo personal, para la inspiración trascendental y/o transdiciplinaria, la luna brilló, brilla y brillará, la luna, se quedó, se queda y se quedará. La luna, la misma que vemos, no hay dos, no hay tres, no hay mil. La luna que siempre tan alta y nunca tan baja, con la frente siempre al derecho y no al izquierdo, la luna, la luna, nuestra misma luna siempre será nuestro guardián de nuestro hechos actuales, será la discreción de nuestros secretos más obscuros y será a quién ahora la confianza abarca.

No hay comentarios: