Por siempre de los siempres.


Eran las tres de la mañana, mis pensamientos hablaban retóricamente con elocuencias que ni yo misma comprendía, quizás solo había un pensamiento que no me volvía loca pero a la vez, me mataba. Era ese recuerdo de todas esas mañanas nubladas con un poco de lluvia y un poco de viento, que convertían mis tardes de compañía a momentos irrepetibles e inolvidables, como saborear y sabotear aquellos cariños, uno tras otro; no esperaba los días en los que yo quería de verdad ni en los que tu amabas de verdad; facilmente intercambiabamos papeles, tú el ogro de la historia y yo la víctima perdida, a veces ambos llegabamos a ser los malos del cuento, y al final... lo único que importaba era que terminabamos tan enfadados que los besos se volvían emocionalmente hermosos, tú enfurecido y yo llorando, era perfecto; tan perfecto como aquellas visualizaciones de ambos recostados en aquel sillón, prometiendo no dejarnos nunca y rompiéndonos por aquellos besos en el cuello.

Después de cierto tiempo, la gente preguntaba el por qué seguir si la infelicidad nos rodeaba hoy y siempre, era como tener una espinita (o espinota) enterrandose poco a poco a ese dolor de pecho que a ambos nos daba por no aceptar que eramos malos queriendonos y buenos odiando. Al poco tiempo, dejé de entender muchas cosas que antes las tenía claras como el agua, decidiendo mejor enterrar lo que más me encantaba en el rincón más oscuro para asegurarme que no regresara jamás, como debía de ser: desaparecer por siempre.