Que la Vida Me Perdone Los Acentos, Es Teclado Norteamericano

Mi padre me pidió ir a comprar un boleto de lotería. Había en juego cuarenta millones de dólares, CUARENTA. No me gusta la lotería porque siempre dicen la verdad: es más probable que te electrocutes a que ganes. 
Me gustaba pensar en que era posible ganarla, que podría tener éxito en esa suerte tan desafortunada, esa que jamás he tenido tan presente. 

Imaginaba tantas cosas, podría pagar de contado mi universidad, comprar algunas cuantas propiedades en Europa... reí un poco y di saltitos mientras pensaba "vaya, podría comprar amor".

Así iba, con mi pequeño ticket de lotería, pensándola, imaginándola a lo baboso. Caminando por el pasillo de la escuela llegue a calcular cuánto gastaría en producir mi primer largometraje sobre un niño que se enamora de su propia soledad y solo lo comparte con su gato drogadicto imaginario, ustedes saben algo así como tener el perro de Wilfred (sí, el de Elijah Wood) en la cabeza de un niño de trece años.

Como sea, imaginaba muchas cosas, mientras evadía caminar por donde se encontraban los chavos Green Peace, bola de pendejos que no más piden dinero y no saben ni a donde van sus fondos. 
Imaginaba que ya no tendría que hacer mucho, quizás solo visitar a mi familia, o que ya no tendría que pasar por obstáculos, esfuerzos, derrotas, victorias, locuras, etc, etc.

Cuando llegué a la tienda donde compre ese pequeño ticket de lotería, escanée  el código de barras y la intriga empezó.
La respuesta tardó en salir y espero, y espero y espero. 

Y de repente....
He ganado cuarenta millones de dólares, CUARENTA.

No me desmayé. Porque en realidad no es cierto, no gané. Solo lo imaginé. 

En realidad solo mencionó:

No eres un ganador.


Y así, el pequeño ticket de lotería me recordó que:

No soy una ganadora.
No soy una.
No soy.
No. 
.


Pero mañana, tal vez...

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