Me he suicidado en tu cumpleaños, cariño mío. O al menos es lo que mi mente ha pensado.
¿Sabes? Sabes muchas cosas, efectivamente. El cuestionamiento de la búsqueda particular de una felicidad homogena y proporcional siempre resulta en un resfrío emocional o si bien se puede decir en un bisonte mal herido, sin fuerzas y sin naturaleza. La humanidad tiene miedo a un después, a una visión más allá que un corazón latiendo, tiene miedo a lo extraño y extranjero del ojo humano, no confronta riesgos más allá del trance y limita la búsqueda de esas mentes externas.
Todos son como aquellos individuos ególatras y petulantes; me recuerdan a sus deseos de verme afligida y jorobarme hacia la postración (y e aquí la ironía sobre la egolatría y la petulancia).
Me recuerdan a cuando escribí una pequeña nota en mi post-it amarillo: “No tengan tanta presencia, ustedes no son mis razones para pensar en el suicidio”.
Cada uno de ustedes me recuerdan un día en el cerro de la Cruz, con mucho viento, imaginando alegría; me recuerdan a las palabras, acciones, momentos, decisiones, molestias, pérdidas, felicidades que aún no me he perdonado.
Si hablásemos en plural, todos te anotan por una individua majareta, pero si hablásemos en singular, existiría el hallazgo de la percepción.
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