Nada.
Nada hay en tierra, cielo o infierno. Hablemos en diminutivo cuando se sienta un poquito la vida y su peso porque si no es a diario, esos "de vez en cuando" terminan siendo la pequeña condena de nuestras cabecitas.
Cuando todo suena como reflexión, tú pasas por mi cabeza, sí, pasas por mi cabeza. Te amo. Pienso que te amo, o que te quiero de vez en cuando, y en vez de reflexión, termina siendo los factores científicos del por qué has de provocar tanta endorfina en mi individualismo, o del por qué has de provocar tanto romanticismo en mi visión estética.
Después de que pasas por mi cabeza, todo lo diminutivo se disuelve en el viento junto con muchos otros recuerdos, como de esos donde creíamos que los diagramas de Behn eran una pérdida de tiempo, o por qué no lo vimos antes aquel día del año dos mil ocho, dónde tú fuiste mi persona y yo fui la tuya, tomados de la mano en el Centro Histórico de Chihuahua, o por qué la distancia nos hace imposibles en todo sentido.
Tanto tiempo absoluto para terminar en lo mismo, en nada conmigo y en todo contigo.
Nada.
Nada hay en tierra, cielo o infierno. Creo han de existir historias que deberían ser contadas, y otras guardadas para mantener lo poco que queda de la sensibilidad humana. Jamás había percibido tanta soledad de un hombre ya de edad. Músico toda su vida, de blues para ser precisos. Hombre de negocios, viviendo en un departamento lujoso en una area hermosa en la ciudad de Chicago; coleccionista de aquellos radios construídos en los 20s, 30s, 40s y 50s... que se descontinuaron por crear cancer de garganta a aquellos que los construían. Colección única, por cierto. Algo ha de encontrar qué hacer, aquel hombre artista, músico y perdido. Menciona mucho a su hijo, y empiezo a creer que su hijo ya no está, no lo está como no lo está Abbi o Miles o Ebert o Les Blank o muchas otras personas que han contribuido al mundo de forma única.
Tan artista, modesto y honesto. Quisiera poder hacerle compañía, pero qué sé yo de compañía, si la mía misma no existe conmigo.
Nada.
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