¿Sabías que estamos muertos?
Nuestras tumbas segregan pequeños montoncitos de tierra creando dos cerros altos, que con presteza ocupan alta distancia de alejamiento. Creamos ilusiones magnánimas para así llenar por última vez una felicidad utópica, clonando el idealismo que se tuvo alguna vez en lo añejo de dichosa juventud.
Mientras las tumbas no cesan de segregar, imaginamos una coyuntura donde siendo dos en uno solo revivimos lo que a su acontecimiento hubiera sido maravilloso que se efectuara en una realidad sustantiva, concreta. Pero no.
Somos espectros invisibles pero sensibles, que buscan acercamiento por medio de un afán a desear tener un día donde no existan lapsos, horas, minutos, segundos y etapas; donde llorar sea un gesto bello al localizar aquellos negros luceros que llegan a parecer innegablemente real.
Estamos muertos y no te encuentro en ningún lado.
Estamos muertos y no hay cielo. ¿Dónde te encuentro si los cerros ya son montañas? ¿Si mi mirada se pierde al recordar? ¿Dónde te encuentro si me extingo? ¿Si mi óbito toca a mi puerta?
Yo no sabía. No sabía nada.
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