Autorretrato


Dime que no existo. Dime que de aquí al cielo todo vuelve a una coincidencia atmosférica entre una irrealidad. 
Tienes un rasguño en tu ojo izquierdo, el mío se encuentra en el derecho; somos todo lo contrario, todo lo adversario. Ni perdón, ni recuerdo. Ni dolor, ni premio.
Somos un reflejo de un amor desnutrido, mírate. Mírate bien.

Nuestro pulgares encajan como un anillo al dedo; juntos con nuestra esbelta mano formamos un puño y quebramos nuestra reverberación. ¿Quiénes somos para entendernos? ¿Quiénes somos para destruirnos?¿Quiénes somos para huir de lo que no se puede huir? 

Yo soy tu derecha, a veces tu izquierda y así sucede en viceversa. Nuestra voluntad no es lastimar sino emprender la búsqueda del hallazgo a una dicha persistente, cosa que podría efectuarse si no permaneciésemos observando nuestros ojos color marrón; esos que te dicen que estás mal, que no deberías, que desvanezcas.

Levanta los vidrios de tu reflejo y reconstrúyelo, mírate de nuevo. Mírate bien. Una vez reconstruida, sella las grietas con oro, porque es el sofocante recuerdo del constante cambio de una irrealidad a una realidad.        

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